El triunfo electoral de Donald Trump como presidente de Estados Unidos ha marcado un cisma en el escenario de la geopolítica mundial. Sus primeras semanas de gestión han traído consigo una serie de amenazas territoriales que revive la pulsión imperialista norteamericana – apropiarse de Groenlandia-, chantajes comerciales a propios y extraños – aranceles a México, Canadá, Unión Europea y China-, implementación de políticas antimigratorias más rígidas y crueles que son violatorias de los derechos humanos que ponen en alerta la estabilidad política del mundo.
En ese contexto de incertidumbres, zozobra y amenazas vociferadas por Donald Trump, ha surgido la figura de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, que el pasado 10 de febrero, ante el anuncio del aumento de los aranceles anunciados por Estados Unidos a México y Canadá en acero y aluminio, señaló la necesidad de tener cabeza fría.
Contrario a su homónimo canadiense, el primer ministro Justin Trudeau, la mandataria mexicana ha mantenido una postura de diálogo pero con la firme intención de salvaguardar la soberanía nacional. Así, se logró el acuerdo de posponer la implementación de los aranceles a cambio de una mayor presencia de fuerzas militares en la frontera para combatir el narcotráfico, sin dejar de lado que Sheinbaum Pardo ha reiterado, de manera enfática, que este problema radica en ambos lados de la frontera.
El pasado 6 de marzo, los gobiernos de México y Estados Unidos, refrendaron la postura de posponer los aranceles un mes más luego de sostener una llamada telefónica donde, según palabras de la mandataria mexicana, el respeto fue el hilo conductor.
El politólogo y economista Víctor Aramburu Cano considera que la gestión de Claudia Sheinbaum ante los embates mediáticos de Donald Trump denotan una madurez política y una visión de estadista que ha permitido ir sorteando estos primeros obstáculos.
“La realidad es que pese a la narrativa mediática que bordea una sensación apocalíptica sobre Trump, el gobierno mexicano ha ido logrando rebajar el ruido de ciertas proclamas de Trump y han entablado un diálogo que permite ir negociando y estirando la liga. Hablamos de que es una relación comercial e histórica con una zona comercial dinámica y en constante crecimiento, procesos migratorios que activan su economía y el intercambio sociocultural”, expone Aramburu Cano.
Según la Oficina del Censo estadounidense, en 2024 México se convirtió, por segundo año consecutivo, en el principal socio comercial de Estados Unidos con el 15.9 por ciento de exportaciones e importaciones, superando a Canadá y China. Destaca que Texas, Michigan y California, tres de los estados más potentes a nivel económico, aglutinan buena parte de esa relación comercial.
El pasado 9 de marzo, el Zócalo de la Ciudad de México se convirtió en un evento multitudinario donde se mostró el apoyo del pueblo al gobierno mexicano ante las constantes amenazas de la gestión trumpista. Fue un evento que, tras el anuncio de posponer los aranceles hasta el 2 de abril, tuvo un matiz más de celebración. Sin embargo, lleva un poder simbólico: responderle al presidente de Estados Unidos en un lenguaje que pueda tener eco, en esta respuesta popular, colectiva y comunitaria reside el núcleo de la soberanía nacional que se impulsa desde la 4T.
El latigazo de la popularidad
La postura firme de la presidenta Claudia Sheinbaum ha traído una retahíla de apoyos y suma de voluntades. Si bien su triunfo electoral fue claro y diáfano, con una aprobación muy alta, es en este contexto donde ha alcanzado una cifra histórica: según la Encuesta Nacional de Vivienda realizada por la Firma Buendía & Márquez y publicada por el periódico El Universal, Sheinbaum Pardo cuenta con un 80 por ciento de aprobación popular, siendo superior, incluso, a los porcentajes registrados por el ex presidente Andrés Manuel López Obrador.

Para el politólogo por el Colegio de la Frontera, Jorge Mondragón López, este aumento de su popularidad respalda el camino diplomático que el gobierno mexicano ha decidido seguir.
“No se puede negar la historia asimétrica de poder que ha existido entre México y Estados Unidos y por ello, que una figura presidencial decida mantener firme su postura y la soberanía nacional es algo que funciona desde lo simbólico pero, más importante, desde la práctica y supone un cambio de paradigma en la historia de las relaciones políticas de ambos países”, señala Mondragón.
El triunfo de Donald Trump bien podría ser el paroxismo de aquello que decía el sociólogo norteamericano radicado en México, Morris Berman: la cultura norteamericana ha sucumbido ante la idea del ventajismo, del espectáculo, del individualismo más salvaje y del reaganismo trasnochado, y ante ello, la necesidad de fijar postura. Justo lo que ha hecho la presidenta de México.






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